Teresa de Ávila, Teresa de Jesús, es sin duda una de las grandes mujeres de la historia. Ocupa un lugar importante en la historia de la literatura española por la gracia y la facilidad de su escritura y por su enorme capacidad para expresar en el lenguaje de la vida cotidiana profundas y complejas experiencias espirituales; en la historia del pensamiento, como adelantada de la conciencia y la experiencia de la subjetividad, característica de la época moderna; en la historia de la Iglesia como refundadora del Carmelo que abrió el camino a la reforma de la vida consagrada después del Concilio de Trento; en la de la espiritualidad, por la riqueza y la profundidad de su experiencia de Dios y la capacidad extraordinaria para expresarla y comunicarla. Son muchos los que ven en ella, además, una pionera de los movimientos de emancipación de la mujer por su original forma de vivir la condición femenina.
Pero, sin duda, el centro de su vida personal y del conjunto de su obra es su profunda experiencia cristiana y su condición de mujer mística. El origen de este último rasgo de su extraordinaria figura lo constituye, como ella misma dice, la triple merced con la que fue agraciada: "Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es".
La merced por excelencia es para ella la llamada a una estrecha unión con el Dios presente en el fondo de su alma. "Entender qué merced es y qué gracia" remite a su viva conciencia de esa presencia, a su condición de mística que, por el ejercicio y la acogida de la contemplación incorpora esa presencia a su persona y la irradia a través de toda su vida. "Saber decirla y dar a entender cómo es" ha hecho de ella la maestra en la contemplación para las hermanas que fue reuniendo en torno a sí en los primeros carmelos, y para las generaciones de cristianos que las hemos seguido a través de los cuatro siglos largos que han pasado desde su muerte. El mayor reconocimiento de esta tercera merced fue la atribución por Pablo VI a Teresa del título de Doctora de la Iglesia.
Juan Martín Velasco Teólogo, Madrid
Pero, sin duda, el centro de su vida personal y del conjunto de su obra es su profunda experiencia cristiana y su condición de mujer mística. El origen de este último rasgo de su extraordinaria figura lo constituye, como ella misma dice, la triple merced con la que fue agraciada: "Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es".
La merced por excelencia es para ella la llamada a una estrecha unión con el Dios presente en el fondo de su alma. "Entender qué merced es y qué gracia" remite a su viva conciencia de esa presencia, a su condición de mística que, por el ejercicio y la acogida de la contemplación incorpora esa presencia a su persona y la irradia a través de toda su vida. "Saber decirla y dar a entender cómo es" ha hecho de ella la maestra en la contemplación para las hermanas que fue reuniendo en torno a sí en los primeros carmelos, y para las generaciones de cristianos que las hemos seguido a través de los cuatro siglos largos que han pasado desde su muerte. El mayor reconocimiento de esta tercera merced fue la atribución por Pablo VI a Teresa del título de Doctora de la Iglesia.
Juan Martín Velasco Teólogo, Madrid
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