
Cuando Teresa habla de Jesucristo se refiere al Viviente, a Alguien que le habita en su alma. Para ella, Jesucristo es una persona que la invita a dejarse amar por El, a dejarse vivificar por su gracia.
A nuestra Santa le sale al encuentro el mismo Jesucristo que se le apareció a San Pablo, en el camino de Damasco. Para San Pablo la conversión consistió en percatarse de que era perseguido en lugar de perseguidor. Este hombre se vió acosado por una fuerza personal, por un nombre que en el instante quebró todas las seguridades de su existencia y aglutinó toda la luz de certeza , de bondad y de verdad, necesarias para seguir existiendo. Este mismo es el Cristo de Teresa: el Cristo viviente, el que muerto y resucitado, ha sido constituido por Dios principio y ejemplar de un vivir nuevo, el primogénito de la nueva creación y garantía de una humanidad redimida. Presencia sustentadora de un nuevo vivir, que es el vivir en cristiano. Y en las vivencias del amor hay grados de intensidad y de entrega. En Santa Teresa se fue dando progresivamente hasta llegar a la donación total. Mons. Nicolás González
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